
Así somos de pequeños; nuestra mamá es como “el departamento de quejas o el libro de reclamaciones” de la vida. Lamentablemente, en muchas ocasiones permanecemos de ese modo aún de mayores, especialmente respecto a Dios. Generalmente estamos muy atentos a nuestros sufrimientos, cansancios, deseos, pero…¿Y los de los demás? ¿Y los de Dios?
Sin darnos cuenta nuestro discurso interior es del estilo de:
“¡Hay que ver qué egoísta es éste, piensa en sí mismo en lugar de estar
pensando en mí todo el tiempo!”.
Alguien podría alegar que Dios no se cansa. Es cierto, en la
Gloria no se cansa, pero en su paso por la tierra se cansó, y mucho. También en
nuestros hermanos que sufren (¿quién no?). Podemos descansarle a través de los
tiempos y en su Cuerpo Místico con nuestros cansancios de hoy asumidos por amor.
No se tratará, generalmente, de hacer
grandes mortificaciones o penitencias. Suele ocurrir que lo que más nos cuesta
es torcer nuestra voluntad y aceptar y vivir con amor la vida de cada día y de
cada minuto.
Un capítulo aparte merece el tema de las personas que no
suelen prestar la necesaria atención a sus propios cansancios. A veces se nos
educa de modo que sólo pensamos en los demás y no nos parece que tengamos derecho
a cuidarnos. Para estos casos, hay que recordar que en mí también está Jesús
sufriendo.
Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de justicia. Es de justicia que cada cual tenga el
descanso que necesita (Dios incluido).
Pilar V. Padial