Y, ¿Por dónde empezar? Benedicto XVI no cesa de mostrarnos
los caminos de la Nueva Evangelización:
“Los laicos tienen una tarea insustituible, pues se
desarrolla en la vida cotidiana, en ámbitos en los que el sacerdote puede
llegar con dificultad.”
“Debe empezar por la familia.” “Se hace con una vida
coherente.” “El testimonio unido al anuncio puede abrir el corazón de quienes
están en busca de la verdad, para que puedan descubrir el sentido de su propia
vida.” “El anuncio siempre debe ir precedido, acompañado y seguido por la
oración...” porque… “Todo misionero del Evangelio siempre debe tener presente
esta verdad: es el Señor quien toca los corazones con su Palabra y su Espíritu.”
Medito en ello y… ¡La Divina Providencia actúa!: Me invitan
al funeral de un buen cristiano, ya anciano. En la puerta del templo, con admirable
convicción, quien a partir de ahora va a ser mi modelo como catequista, guapo,
con una sonrisa irresistible, anuncia a los concurrentes: “Mi abuelo ha muerto”
y, tras el gesto de condolencias de cada interlocutor, añade con voz triunfante: “Pero
está en el cielo”. Así es que todos entran sabiendo que, en realidad están
invitados a una fiesta de bodas, las bodas
eternas de este hermano nuestro, con Jesucristo, el Esposo de la Iglesia. Creo
que el abuelo, aunque no lo veamos, sonríe, orgulloso de su nieto y de todos
los suyos. El resto de la familia (numerosísima) prosigue la catequesis. Uno de
los hijos, el sacerdote celebrante, en vez de hacer el panegírico del difunto,
nos habla de la esperanza a la que estamos llamados: la Vida Eterna. Y en el
ambiente se vive un gozo de fiesta; con algo de añoranza, sí, pero ese júbilo sereno que da el acompañar a quien culminó con éxito su carrera.
Estoy en la antesala del cielo. Me han cautivado, pero sobre
todo Rafa, mi admirado catequista del principio.
La mamá de Rafa me explicaba que, el día anterior, su hijo
salió al jardín de pronto y diciendo: “me voy a hablar con el abuelo”, elevó su
rostro hacia el cielo y así permaneció absorto hasta que volvió. Y cuando le
preguntaron: “¿Qué te ha dicho?”, respondió feliz: “me ha sonreído” (¿qué os
dije?).
“Felices los que
tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8). Es la pureza del corazón
la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; es tener un corazón
sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se encierra en sí
mismo pensando que no necesita a alguien, ni a Dios.-añade el Papa-. Y es que
Rafa (aún no os lo había contado) ¡Tiene 5 años!
¡Muchas gracias a Rafa y a su familia, en especial el abuelo
Jorge, que me han permitido vivir esta hermosa experiencia cristiana! Rezo por
todos vosotros, amigos.
Pilar
V.Padial
Cada día me quedo más convencido, aunque, confieso, que siento incertidumbre y algo de miedo, no lo sé, pero me apasiona y me maravilla el momento de la muerte.
ResponderEliminarTu vivencia resuena en mí otras vivencias que ya reflexionaré a modo de post. La muerte es el momento más glorioso de nuestra vida.
Y así lo comparto y entiendo. Es la cita previa más importante y la entrada al gozo eterno. Sí, antes habrá que tomar la cruz, la cruz de compartir la muerte con Jesús, y eso puede darnos algo de miedo, pero, pronto, en sus Manos toda pasará ante su gloriosa presencia.
Un fuerte abrazo en Xto.Jesús.
Totalmente de acuerdo, Salvador!! Muchas gracias por tu visita y tu hermoso comentario. Que Dios te bendiga,a ti y a los tuyos.
EliminarGracias, Pilar, por este emotivo post!
ResponderEliminar¡Gracias a ustedes!
EliminarMuchas gracias Pilar, me he emocionado...
ResponderEliminar¡Pues si te cuento yo! Un abrazo con todo mi cariño. Os encomiendo siempre.
EliminarEmocionante vivencia la que tuvisteis con Rafa!
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